Si un periodista o un político quiere engañarlo al hablar de precios o de dinero, no tiene que hacer mucho esfuerzo.
Por ejemplo, yo puedo decirle que el salario mensual de un funcionario público promedio pasó de ser ₡640.000 en el tercer trimestre de 2010 a ₡987.000 en el tercer trimestre de 2018. ¡Aumentó casi ₡350.000 en estos ocho años!
Créame. El dato no es incorrecto: de hecho, puede ver las cifras del propio Instituto Nacional de Estadística y Censos aquí. Son datos oficiales, el cálculo está bien hecho…. Y sin embargo, le estoy mintiendo.
También puedo decirle que el presupuesto de la Asamblea Legislativa se ha multiplicado casi tres veces y media desde el 2003 (¡pasó de ₡10.400 millones a ₡36.700 millones en el 2018!).
Y puede creerme de nuevo. El dato no es incorrecto: vea los datos en la propia página del Ministerio de Hacienda. Y sin embargo, le estoy engañando… Otra vez.
¿Dónde está el truco?
En que no consideré la inflación. A veces, por error o con intención de confundir y de hacer más llamativa una información, los políticos o los periodistas no tomamos en cuenta el efecto de la inflación en los cálculos sobre precios a lo largo del tiempo.
En Costa Rica es normal ver fenómenos de aumentos de precios todos los meses. Así, por ejemplo, ₡100 de enero de 1976 tienen hoy un valor comparado de ₡20.772 (octubre de 2018).
Por eso, cuando comparamos precios o montos con varios meses o años de diferencia se vuelve más que necesario que los traigamos “al valor que tendrían en el presente”. Si a usted le suben el salario en un 5% pero los precios aumentan en un 10%, en la práctica, está recibiendo menos dinero.
Volvamos al ejemplo del salario de un funcionario público que dimos arriba. Ese salario promedio de un funcionario público de ₡640.000 en el 2010, sería equivalente a uno de ₡805.978 al día de hoy. Los dos datos son correctos, pero el primero es “nominal” (es decir, no considera el efecto de la inflación) y el segundo es “real” (sí lo hace, y “traduce” el monto al valor que tendría actualmente).
Así, el salario nominal de ese funcionario aumentó ₡350.000 en ocho años. Pero, en realidad, su capacidad adquisitiva solo creció en un estimado de ₡181.000, si consideramos el aumento general de los precios del país.
Lo mismo, con el presupuesto de la Asamblea. Pasó de ₡10.400 millones nominales a ₡36.700 millones en el 2018. Pero, en términos reales, pasó de ₡25.544 millones a ₡36.700. La diferencia es importante.
Un tele de ₡5.000
Veamos un par de ejemplos. Esta es una pieza publicitaria del 1 de enero de 1976 en la sección de Avisos Económicos de La Nación. A la izquierda, colocamos la fotografía original del periódico, a la derecha, vemos cuáles serían los precios de cada uno de los productos a setiembre del 2018 (¡comprarse un tele –usado– era bien caro!)
Este es un anuncio de El Verdugo del 3 febrero de 1986 en La Nación. A la derecha, los montos a valor de setiembre de 2018.
¿Por qué le puede interesar eso?
Es usual que alguien hable de «el gasto o la inversión más alta de la historia» o que indique que el precio de algún producto ha aumentado una cierta cantidad de veces, sin descartar el efecto de la inflación, lo que exagera muchísimo los montos.
La prensa también lo hace. Por ejemplo, La Nación afirmó el año pasado que “a lo largo de 15 años, el monto asignado al Fondo Especial para la Educación Superior (FEES) se multiplicó por nueve”, sin indicar que su comparación era nominal. En realidad, el monto sí había aumentado, pero –en términos reales– lo había hecho 3,4 veces… Pequeña diferencia.