‘Nos hicieron creer que teníamos un demonio’, relatan sobrevivientes de supuestas terapias de conversión

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David Chavarría Hernández (davidchavarriahernandez@gmail.com)
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Interferencia conversó con tres personas sexualmente diversas, quienes describieron las secuelas que tuvieron en sus vidas las mal llamadas “terapias de conversión”, prácticas realizadas por pastores de iglesias cristianas e incluso por profesionales en Psicología, a cambio de dinero, para supuestamente, “curar” la homosexualidad, a pesar de que no se trata de ninguna enfermedad.


Durante un retiro espiritual, la pastora de una iglesia cristiana pentecostal a la que Esteban Valverde asistía con su familia le hizo una oración intensa asegurándole que así iba a “sacarle el demonio de la homosexualidad”.

A Esteban le tomó años superar el trauma que le ocasionó aquel episodio, según relata ahora. “Por mucho tiempo pensé que había una oscuridad grandísima dentro de mí, demonios que me atormentaban y que me decían: ‘usted es gay porque satanás le está poniendo estas ideas’. Estuve muchos años de mi vida cargado con ese pensamiento de que había algo oscuro adentro mío. Me atormentaba, claro que me atormentaba”.

Jorge González llegó a pensar que preferiría estar muerto a ser homosexual. Recién cumplía los 18 años cuando la pastora de la congregación religiosa a la que asistía le recomendó asistir a terapia con otro pastor. Jorge accedió y aquel hombre le aseguró que el origen de su orientación sexual era haber tenido una mala relación con su padre en la infancia. El religioso le prometió que podía “curarlo” con terapia y fue así como, durante casi un año, de sábado por medio Jorge fue a supuestas terapias grupales en la casa de ese hombre, por las cuales pagó al menos ¢10.000 cada visita.

Marcela Ugalde se topó con ese mismo pastor que atendió a Jorge. En su caso, el religioso concluyó que un abuso físico sufrido en su niñez era la causa de su lesbianismo y le prometió que podía “llegar” a ser una mujer heterosexual. Ella siguió las recomendaciones del pastor y ahora recuerda aquel tiempo como un “constante tormento”. “Durante siete años todo siempre era culpa, pecado, culpa, pecado, culpa, pecado”, describe Marcela.

Los testimonios de estas tres personas forman parte de un trabajo especial de Interferencia de Radios UCR, en el cual sobrevivientes de esas prácticas narran las secuelas que les dejaron las sesiones para la supuesta “curación de la homosexualidad” realizadas por pastores de iglesias cristianas.

Estas personas fueron sometidas a lo que erróneamente se le llama “terapias de conversión”. Este es un término genérico para referirse a intervenciones de diversa índole “que se basan en la creencia de que la orientación sexual y la identidad de género, incluida la expresión de género, pueden y deben cambiarse o reprimirse”, según expone un informe elaborado por el abogado costarricense, Víctor Madrigal-Borloz, experto independiente sobre la protección contra la violencia y la discriminación por motivos de orientación sexual o identidad de género para la Organización de Naciones Unidas (ONU) y presentado en el 2020 ante la Comisión de Derechos Humanos de ese organismo internacional.

En el documento se plantea que estas prácticas se basan en la “patologización errónea desde el punto de vista médico de la orientación sexual y la identidad de género, lo cual se manifiesta a través de intervenciones que causan grave dolor y sufrimiento y provocan daños físicos y psicológicos”.

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El presidente del Colegio de Profesionales en Psicología de Costa Rica (CPPCR), Ángelo Argüello, indicó a Interferencia que estas prácticas no responden al ejercicio del profesional en Psicología. “Por el contrario, son procedimientos pseudocientíficos y nos oponemos a que cualquier persona los realice, por el daño que más bien podría producir este tipo de intervención en las personas”, manifestó Argüello.

El presidente del CPPCR añadió que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las personas que han sido sometidas a estos procedimientos “han generado una serie de síntomas de tipo depresivo, ansioso, han provocado el aumento en conductas autolesivas porque se promete curar algo que no tiene cura y eso genera culpa en las personas que reciben los tratamientos”.

Para la psicóloga Margarita Salas, estas intervenciones más bien deberían denominarse “torturas de conversión”. La especialista indicó que estas prácticas en ocasiones son brindadas por profesionales en Psicología o por personas bajo discursos religiosos. Salas indicó que con ellas se busca modificar la orientación sexual o identidad de género de una persona en contra de su voluntad, al hacerle creer que la diversidad sexual identitaria es algo patológico que debe ser corregido.

“Esto es contrario a todas las recomendaciones de la OMS y todas las asociaciones en Psicología”, indicó Salas, quien fue Comisionada para Asuntos de la Población LGTBIQ+ en el Gobierno anterior.

Salas añadió que las secuelas de las torturas de conversión son muy graves para la integridad psicológica y emocional de las personas, ya que producen consecuencias traumáticas que pueden incluso llevar al suicidio en situaciones límites, así como un desarrollo poco sano de la sexualidad y la personalidad. La especialista explicó que, al someter a la persona a una experiencia violenta, se podrían presentar cuadros depresivos, ansiosos y de estrés postraumático.

Las mal llamadas terapias han ocurrido y siguen ocurriendo a pesar de que desde 1990 la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad mental y en el 2018 la transexualidad fue eliminada del capítulo de trastornos del manual de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En Costa Rica, psicólogas ligadas a organizaciones ultraconservadoras de Estados Unidos brindan terapias a personas LGBTIQ+. Además, una pastora de una iglesia cristiana dijo falsedades en una sesión “para dejar la homosexualidad”, según mostró una investigación liderada por openDemocracy con la colaboración de Interferencia de Radios UCR, y publicada en noviembre del 2021.

La legislación nacional actual no prohíbe, ni regula las mal llamadas terapias de conversión, aunque existe un proyecto de ley al respecto que actualmente se discute en la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa. El trámite del texto avanza lento, ya que la fracción de diputados del Partido Nueva República presentó más de 100 mociones en contra de la iniciativa.

Lea más: A punta de mociones, Nueva República intenta impedir ley que prohíba “terapias de conversión” 

Esteban

“Por mucho tiempo pensé que había una oscuridad grandísima dentro de mí”

Esteban Valverde tenía 21 años cuando buscó ayuda en la iglesia cristiana a la que asistía para dejar de ser gay. Lo hizo después de que su familia lo rechazara tras contarles que era sexualmente diverso. Eso fue hace 13 años y la relación con ellos nunca más fue la misma.

Su familia era muy creyente de su religión y participaba de las actividades de la iglesia cristiana pentecostal a la que iban en Hatillo. Además, Esteban y sus hermanos asistieron desde la primaria hasta la secundaria a un centro educativo cristiano evangélico ubicado en Santa Ana.

Por eso, desde muy pequeño Esteban escuchó que la homosexualidad era “antinatural”, que “estaba en contra de la ley de Dios” y que los gais se “irían al infierno en caso de no modificarse”.

En su adolescencia, cuando tenía unos 16 años, ya Esteban Valverde reconocía ser una persona sexualmente diversa, pero en ese momento también sabía que no podía contárselo a nadie. Le daba pánico que alguna persona cercana se enterara de que era gay. Recuerda que cuando algunos compañeros de su colegio “salieron del clóset” fueron discriminados y recibieron bullying por parte de otros alumnos.

Después de terminar la secundaria, Esteban empezó a estudiar Derecho en la Universidad de Costa Rica y también estuvo estudiando algún tiempo fuera del país. Tras su regreso del extranjero, se animó y decidió hablar con su familia sobre su orientación sexual, sin embargo, la respuesta de su entorno cercano no fue la que esperaba.

“Encontré una resistencia gigante en mi familia hasta el día de hoy y te estoy hablando que fue hace como 13 años”, resalta Esteban.

Esteban decidió involucrarse más en la iglesia participando activamente en grupos de jóvenes que se  reunían para orar. Todo esto lo hacía porque quería rescatar el vínculo con su entorno cercano. “Porque a veces no te obligan de palabra pero sí con todas las acciones”, dice él analizando en retrospectiva.

Hasta ese momento, solo su familia sabía que él era gay y ante el rechazo que recibía, intentaba cambiar. “Tratando de meterme en la palabra de Dios, orando para que algún día yo dejara de ser gay”, recuerda.

No obstante, el proceso le causaba mucha frustración. “Yo sentía que no cambiaba”, describe Esteban.

Esa misma sensación de frustración le llevó a buscar ayuda con la pastora de su iglesia a quien le confesó que era homosexual. Según recuerda, ella le respondió que “eso era muy difícil de cambiar, pero que para Dios no había nada imposible”.

Esteban afirma que luego de hablar con la pastora, ella cambió su trato hacia él, se comportó distante y fría. Hasta que un día, en un retiro espiritual, durante un “área de liberación” -que es una dinámica de oración y cánticos para expulsar demonios de las personas- la pastora se acercó por detrás a Esteban, puso sus manos sobre sus hombros y empezó a orar en voz baja.

Esteban recuerda poco de aquellas palabras, pero hay unas que no olvida: “Demonio de la homosexualidad, sal del cuerpo de este joven”. La oración cada vez se hacía más pesada para Esteban quien en ese momento permanecía encorvado y llorando. “Sentía que tenía un demonio adentro”, dice.

“Para mí eso fue una experiencia muy traumática que me costó muchos años superar, porque por mucho tiempo pensé que había una oscuridad grandísima dentro mío y demonios que me atormentaban».

Aquella experiencia hizo que Esteban no volviera a la iglesia. Recuerda que habló con su familia y les dijo: “Este no es mi camino, yo no voy a seguir. Esto está tomando una factura gigante en mi salud mental y la verdad es que este no es el camino que siento que debo seguir”.

Esto provocó un nuevo conflicto a lo interno de su familia, pero con el tiempo sus padres y hermanos también dejaron de asistir a esta iglesia y buscaron una nueva congregación religiosa, esta vez de denominación bautista, que se ubica en Los Lagos de Heredia y que, según Esteban, era liderada por un pastor que se presenta como un “exgay”.

En su momento esta iglesia trajo al país una serie de cursos en línea que se llaman Setting Captives Free, conocido en Latinoamérica como Liberando a los Cautivos. Este es un movimiento fundado en Estados Unidos por la pareja Mike y Jody Cleveland quienes idearon un curso de 60 lecciones, el cual se impartía mediante correo electrónico para, según su planteamiento, “combatir el pecado”.

“A esta serie de cursos tuvieron que cambiarle toda la metodología en Estados Unidos porque eran terapias de reconversión, básicamente. (Ahora) nada más los llaman cursos de pureza sexual y ya no tocan el tema de la homosexualidad directamente en los títulos del curso sino que en los contenidos ya viene eso específicamente”, señala Esteban.

Él asegura que esa iglesia promovía esos cursos que llamaban “Batalla por la pureza espiritual”.

En aquel momento, Esteban buscó la información en internet y se registró para recibir la tutoría virtual que le brindaría un pastor que le respondía mensajes vía chat. Recuerda que le enviaba listas de oraciones que debía realizar y además le pedía reprimir sus “conductas homosexuales”.

“Me daba información bíblica, me decía por qué era malo, por qué tenía que cambiar y diferentes técnicas para mantenerse en santidad. Te dicen: ‘deje tal cosa o tal amigo’”, describe.

Por recomendación de este curso, Esteban se alejó de amigos, terminó relaciones con parejas gais y limitó su contenido en Internet.

Incluso llegó a tener novias, según él, para “darse un chance”, porque pensaba que tal vez no lo había intentado lo suficiente. Otras veces pensaba que así ocultaba su verdadera orientación o que teniendo novia se iba a “arreglar”, cuenta. Pero al final “no pasó”, reconoce.

“Fueron tres años muy duros. Yo me sentía súper cargado con ese pensamiento de que había algo oscuro adentro mío y me atormentaba, claro que me atormentaba muchísimo”, manifiesta Esteban.

Él no pudo seguir tolerando todo lo que le pedían en el curso y, tras algunas semanas, lo abandonó.

En total, el joven estuvo durante unos tres años intentado seguir recomendaciones religiosas para, supuestamente, dejar la homosexualidad.

“Fueron tres años muy duros. Yo me sentía súper cargado con ese pensamiento de que había algo oscuro adentro mío y me atormentaba, claro que me atormentaba muchísimo”, manifiesta Esteban.

Esteban dejó de sentir que nadaba contracorriente durante su etapa en la universidad. Ahí empezó a contarle a sus amigos y empezó a creer que podía cumplir sus metas “siendo fiel a quien era”. Así fue como dejó ir la presión que vivió durante muchos años, según relata.

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“A veces uno, cuando está en ese círculo de violencia un poco sistemática, no se da cuenta de lo que está pasando”, explica ahora Esteban, quien ya tiene 34 años, estudió Derecho en la UCR y tiene un Máster en Administración de Empresas del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC). Además dirige una organización no gubernamental que busca reducir la brecha digital en el sistema educativo. Él asegura que su vocación es la “acción social”, a la cual le dedica gran parte de su tiempo.

Para Esteban, brindar su testimonio es una forma de prevenir que más personas sufran de los prejuicios y desinformación que sustentan estas intervenciones.

“La razón por la que estoy haciendo esto, en realidad, es para darle una cara, un nombre y un apellido a las historias de las personas y que más personas puedan tomar un paso adelante y decir qué es lo que han vivido, porque lo que no se habla, se invisibiliza y la invisibilización es la peor forma de discriminación. No hablar de lo que uno pasó es perpetuar estas prácticas que son súper dañinas para la salud mental de las personas y para los Derechos Humanos”, expresa Esteban.

Jorge

“La culpa fue el alimento de esa terapia”

Durante su adolescencia, Jorge González nunca atentó contra su vida pero sí le pasó por la cabeza que prefería morirse a “seguir cargando con este pecado”, según recuerda ahora que tiene 29 años.

Cuando tenía 15 años, él participaba activamente en una iglesia en Moravia a la cual asistía junto a su familia. En ese momento, no lograba explicarse por qué le atraían más los hombres que las mujeres.

Tanto en su casa como en su iglesia le decían que la homosexualidad “estaba mal”, “que era pecado”, “que Dios aborrecía cualquier tipo de orientación sexual fuera de la heterosexualidad”.

Jorge construía su identidad sintiendo que el pecado era constante en su vida. “Veía una película o veía una pareja homosexual besándose y pensaba que eso no tiene que pasar y que eso nunca va a pasar en mi vida”, recuerda.

Además, tenía la idea de que cuando se casara con una mujer todo esos pensamientos iban a desaparecer, por lo que prefirió no contarle a nadie e incluso pensaba que se llevaría sus sentimientos “a la tumba”.

Era tal el tormento que el tema le causaba que incluso llegó a cuestionarse por qué no era otro su “pecado”. “¿Por qué no fue robar? Hasta pensé que prefería tener como pecado haber matado a alguien que vivir con esta sensación de sentir atracción por los hombres”, expresa ahora.

El mensaje que recibía en la iglesia le llevó a pensar que podía tener un demonio en su interior y que por eso era homosexual. Por eso, en los retiros espirituales oraba para sentirse “limpio”.

Pocos meses antes de cumplir 18 años ya no pudo más. Agobiado por la idea de que en su interior habitaba un demonio, habló con la pastora de la iglesia y casi le imploró: “Por favor límpieme, sáqueme de esto”, recuerda haberle pedido.

Según Jorge, aquella mujer tenía fama de exorcista. Por lo que ella un día en la iglesia, durante una consejería espiritual, la mujer le practicó un ritual de limpieza que él describe ahora como “complejo emocionalmente” porque “se conjugan todo esto de la culpa, el lamento, la tristeza y toda esta cuestión, como del castigo”.

La mujer además le recomendó asistir con un pastor que se presentaba como un exgay que se había convertido en heterosexual y el cual brindaba “terapias de conversión”.

Al cumplir 18 años, una de las primeras cosas que hizo Jorge fue contactar el hombre que le había recomendado la lideresa de la iglesia. Lo llamó y coordinó una cita. El hombre atendía en su casa de habitación en Hatillo. En la sala realizaba las terapias grupales y en una oficina atendía individualmente.

El pastor invitó a Jorge a un primer encuentro donde le contó que “dejó de ser homosexual” luego de que su pareja muriera por VIH durante la década de los 80’s. Según le dijo, ese fue el “llamado de Dios”.

En el encuentro, el pastor recalcaba que no era psicólogo sino “exhomosexual”, aunque usaba “conceptos de la psicología o de la terapia para poder explicar qué es esto de la reconversión”, recuerda Jorge.

El hombre también le explicó que mantenía vínculos con Exodus, un movimiento fundado en 1976 y que promovía las terapias de conversión en personas sexualmente diversas.

En el 2013 Exodus se disolvió y el último presidente del movimiento pidió perdón por “el daño y dolor causado” durante 37 años a la comunidad sexualmente diversa. No obstante, algunas ramas de este ministerio se mantienen operando principalmente en países de América Latina y África.

Ese era el caso de las sesiones a las que debía asistir Jorge cada 15 días en la casa de aquel hombre, ubicada en Hatillo, San José. El pastor cobraba entre ¢10.000 y ¢15.000 por sesiones que duraban hasta dos horas y a las que asistían al menos diez hombres de edades entre los 18 y 40 años.

Según las reglas impuestas por aquel sujeto, tres ausencias significaban la expulsión del grupo porque el pastor lo consideraba muestra de falta de compromiso con la terapia.

Jorge hacía hasta lo imposible para no faltar a esas sesiones; prefería no ir a fiestas de familia, de amigos, a reuniones con compañeros de la universidad y a cualquier actividad que interfiriera con el día de la terapia.

El pastor aseguraba que quienes faltaban “no estaban comprometidos con la transformación y no querían ser hombres”. En aquel entonces, eso le generaba a Jorge mucho temor. Ahora reconoce aquellas palabras como violencia, según comenta.

También recuerda que el pastor era famoso por brindar estas terapias y por lo tanto llegaban personas incluso de zonas rurales. Jorge recuerda que ese hombre era el referente de todos los que asistían a terapia. “Si él pudo yo también puedo”, se repetía Jorge.

Aquel sujeto le decía que un niño puede tener una “homoemoción”, que si no era atendida por el padre, buscaba el afecto en otros hombres, a pesar de que especialistas consultados por Interferencia rechazaron que exista relación entre la orientación e identidad sexual y cualquier tipo de conflicto familiar.

Jorge considera que esa fue una de las semillas más perversas que le plantaron en este tiempo. “Que lo que yo estaba buscando era el afecto de mi padre”, reprocha.

El pastor insistía en que los problemas que tenía con su papá eran los causantes de su homosexualidad. En esa época, la idea del pastor caló profundamente en Jorge como la explicación de su orientación sexual. “Eso repercutió para que durante mucho tiempo yo me sintiera alejado de mi papá porque a raíz de él era que yo era homosexual”, lamenta ahora.

Jorge considera que esa fue una de las semillas más perversas que le plantaron en este tiempo. “Que lo que yo estaba buscando era el afecto de mi padre”, reprocha.

“Lo que hacen es relacionar los problemas familiares con la homosexualidad y eso es muy pesado. En ese momento es difícil separarlo y darse cuenta que son cosas muy distintas en la construcción de uno como ser humano (…) La terapia lo que me ofrecía era: ‘cambie su comportamiento y así se va a ser hombre’, bajo esa visión súper violenta o estigmatizada de que si hago esto voy a ser hombre y por lo tanto voy a lograr resolver mis broncas con mi papá y mi familia”, cuestiona Jorge.

El proceso de la supuesta terapia buscaba “sanar esa homoemoción y conectarse con Dios como padre, cumpliendo una serie de ejercicios o de cambios de comportamiento”, según lo que le hacían creer en ese momento.

Jorge resalta ahora que todo aquello se basaba en la culpa y en prácticas rígidas y violentas. Por ejemplo, el pastor le incitaba a realizar deportes de contacto en vez de actividades como danza y teatro, porque estas últimas “no eran masculinas”.

“Yo en ese momento practicaba taekwondo y yo decía puchica, qué bien, voy a seguir entrenando porque esto me va a seguir haciendo hombre”, cuenta.

Pero no era tan sencillo para Jorge, a quien también le gustaba la danza y sentía que ya no podía practicarla porque era algo «femenino».

“La construcción de mi masculinidad fue super violentada por participar en una terapia de reconversión. Hicieron que mostrar mis emociones, hablar de lo que me pasaba, de mis tristezas, hablar con alguien si me sentía mal, no pasara regularmente porque eso no era ser hombre y eso me hacía ser más homosexual, más maricón, más playo, porque no estoy siendo lo suficientemente hombre para resolver mis broncas”, señala.

Además le pidieron llevar un control de sus acciones y le entregaron un listado de normas que debía acatar. El listado incluía cosas que debía hacer como orar, ayunar, leer la Biblia, dormirse temprano, sacar el televisor del cuarto, no ver pornografía ni masturbarse.

Le aseguraban que cumpliendo esa serie de requisitos cambiaría su orientación sexual. Él tenía que indicar con números del uno al cinco qué tanto había cumplido con aquellas acciones.

También le pidieron elaborar un diario sobre sus vivencias. Ahí registraba los supuestos pecados que cometía y de los que luego se arrepentía en las terapias. “Ahí yo hablaba de que si me masturbé, si vi pornografía, si estaba leyendo la biblia, todas estas situaciones en la construcción de mi sexualidad que estaban referidas a la homosexualidad, yo tenía que confesarlas”, detalla.

Las sesiones de supuestas terapias se volvieron “muy pesadas” porque ahí tenía que “exponerse” hablando de su diario y de su cumplimiento con las tareas o sus “pecados”.

También leían versículos de la Biblia que, según Jorge, se tergiversaban para seguir generando la culpa. “Como ‘que Jesús limpió al leproso, porque ustedes que son leprosos’. Esta misma construcción de la historia, de que cualquier pasaje la Biblia que hablara de pecado, yo lo iba a comprender con mi pecado que era ser homosexual”, relata.

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Durante todo un año, Jorge asistió a aquellas sesiones, aunque no se sentía del todo cómodo, recuerda.

Yo no entendía cuál era el pecado que cometía, ya que eso era parte de lo que yo era, pero bajo esta cosmovisión, mi pecado era ser homosexual. Entonces el único camino que había encontrado para dejar de pecar en ese momento era asistir con este pastor. Era súper duro para mí porque yo no cumplía con las categorías o con mi listado. Pensaba, mirá, puchica, hoy pequé y tengo que marcar con uno, hoy no leí la Biblia tengo que marcar uno”, narra Jorge.

Recuerda que un día hablaron sobre una de sus experiencias anotadas en el cuaderno, en la cual contaba que vio el pene de uno de sus compañeros mientras se cambiaban el uniforme en los vestidores. Al compartir esta confesión, un asistente del pastor le preguntó cuánto medía su pene erecto. Para Jorge esa pregunta le resultó muy extraña, incómoda e invasiva.

“Hay hasta un acto perverso en este espacio. Es horrible que estos pastores que eran mayores estén preguntando por las experiencias sexuales para ellos generar ciertas sensaciones de voyeurismo”, considera ahora Jorge.

Jorge tiene muy marcado en su vida la existencia de aquel diario porque así fue como su mamá descubrió que era gay. Ella lo encontró en el cuarto, lo leyó sin permiso y luego le preguntó: ‘¿qué es este libro?’ Esa fue la primera vez que Jorge habló con su mamá sobre su orientación sexual.

Llevaba algunos meses en el curso cuando le contó a su mamá sobre las terapias y el pago que hacía para asistir. Incluso la invitó a un congreso que Exodus iba a realizar en el país, en Grecia de Alajuela, eso fue en el 2011. Su mamá accedió a participar.

“Ella me dio amor y sentía que lo estaba haciendo bien porque era algo de la iglesia, ¿verdad?, era algo cristiano, entonces me acompañó en ese proceso. Pero creo que igual una parte de ella estaba como extrañada de ese ritual en el que yo estaba participando”, dice.

Jorge asistió un año a las mal llamadas terapias. Sin embargo, durante dos años más fingió ser heterosexual. “Lo único que yo sentía en ese momento era culpa y castigo y que no era la persona que podía ser”, recuerda sobre aquella época.

A los 21 años se fue a estudiar a Argentina y en aquel viaje decidió experimentar lo que hasta entonces se había negado. “Fue cuando conocí a mi primera pareja hombre y mis primeras relaciones sexuales, que me permitieron decir esto sí me gusta, esto es lo que yo soy, es lo que disfruto”.

Al volver al país, conversó con el resto de su familia, sus papás y hermanos, recuerda que les dijo: “Soy homosexual pero también soy psicólogo, bailarín, mochilero”.

Jorge relata que, en la actualidad, la relación con su familia es muy diferente. “Ellos conocen a mi pareja actual y vamos a comer. Mi papá habla con mi pareja y mi mamá pregunta por él, o sea, que ya hay una convivencia familiar y aceptación total de quién soy”, describe.

Pero Jorge asegura que la reafirmación de su identidad y la construcción de una red de apoyo le hizo entender que esa etapa de su vida en la que asistió a supuestas terapias de reconversión fue “un espacio violento». «Fue un espacio que lo que hizo fue negarme durante mucho tiempo ese disfrute de quien era”, señala. Además resalta que “las broncas de las familias están y siempre estarán en todo el universo y eso no representa una relación directa con la homosexualidad”.

“Antes de esos 21 años, construí una identidad desde una visión difuminada, que está patriarcalizada, desde actos muy violentos que me generaban un sensación de que no sabía cuándo iba a estar bien, que nunca iba a ser hombre (…) Me cortaron la conexión conmigo mismo, estar en contacto con mi Jorge, con mi yo. Quien yo era fue despedazado porque ser ese Jorge no estaba bien”, reprocha Jorge.

Ahora, a sus 29 años, ve con claridad que “la culpa fue el alimento que le sirvió a esa terapia” y que lo más importante en su vida es buscar sentirse alegre con quien es.

“Ese momento de mi vida fue muy violento, lo que hizo fue reprimir mi identidad, obstruir mi orientación, mi sexualidad y mi placer, y una cosa importantísima que hoy veo en mi vida, que es mi espiritualidad, aceptar otras formas de vincularme con lo espiritual, con mi placer, con la sexualidad, con mi cuerpo, aceptar mi cuerpo fue parte de este proceso de reconstrucción”, expresa Jorge.

Muchacha

“Lo llenan a uno de demonios y uno piensa casi en encerrarse”

En su adolescencia, Marcela Ugalde fue practicante del catolicismo, pero por allá del 2005 se involucró con iglesias evangélicas en su comunidad, en Grecia de Alajuela.

En ese entonces tenía 25 años, era madre soltera y lesbiana. Ella recuerda de ese tiempo el incipiente interés de algunas congregaciones por dar una especie de tratamiento de conversión a personas sexualmente diversas. No le llamaban “terapias”, “pero se hablaba de demonios y de esas cosas”, menciona.

En una iglesia a la que asistía le aseguraban que la homosexualidad era producto de algún quiebre sexual en la historia de vida de las personas pero que “ese no era el plan original de Dios”. La restauración de la que le hablaban consistía entonces en “pasar una transformación, un proceso, para que la persona vuelva al río normal de vida establecido por Dios”.

Un día, una de las consejeras de la iglesia se acercó a Marcela y le dijo: “Marce, cuando quieras hablar de temas muy íntimos o cosas que quieras externar, ahí está la consejería”, según recuerda ella.

Marcela no le había comentado a nadie de esa iglesia sobre su orientación sexual, sin embargo, cree que todos ahí sabían que ella era lesbiana porque había gente que la conocía desde hace muchos años y sabían que ella había tenido parejas de su mismo sexo.

Empezó a asistir a las consejerías que le ofrecieron en la iglesia. Según narra, su intención no era abordar solamente el tema de su orientación sexual sino también temas de su vida, de su pasado “para sanar heridas” y cosas que le afectaban “desde la infancia”.

“Empecé a trabajar, por ejemplo, el tema del abuso, y no solo abuso sexual, sino físico, psicológico y emocional que había vivido en la infancia”, explica Marcela.

Pero al abrirse, le intentaron hacer creer que aquellas experiencias eran la causa de su orientación sexual, algo que ahora ella misma califica como falso.

Marcela asistió primero a consejerías individuales en las que incentivaban “la pureza sexual”, es decir, a abstenerse de muchas conductas relacionadas con su sexualidad. Esto lo hacían también con menores de edad y personas casadas.

Le pidieron alejarse de personas y ambientes gais porque “se contaminaría”.

Marcela dice que durante esos años se abstuvo de tener relaciones sexuales con mujeres. Según analiza ahora, este tipo de prohibiciones buscan el control de la persona.

En el 2010, Marcela asistió al Sexto Congreso Internacional que el movimiento Exodus Latinoamérica decidió realizar en el cantón de Coronado, en San José. A esa actividad asistió Alan Chambers, entonces presidente de Exodus en Estados Unidos y quien años después pidió perdón a las personas LGTBIQ por el daño causado por la organización.

Un año después se realizó en Grecia de Alajuela el Sétimo Congreso Internacional de Exodus, en el cual Marcela participó como organizadora. En ese momento ella estaba muy involucrada en las actividades de la iglesia y cree que tenían una gran expectativa de que ella fuese ejemplo para otras personas.

“Llegué a sentir como que podían tomarme a mí como ejemplo o trofeo y exhibirme en otras iglesias”, dice Marcela.

Según recuerda, en esos años existía una cierta competencia entre congregaciones para jactarse de la cantidad de gais que supuestamente se habían convertido. Por eso, llegó a sentirse como un objeto. “Llegué a sentir como que podían tomarme a mí como ejemplo o trofeo y exhibirme en otras iglesias”, señala.

En sus congresos en el país, Exodus promovió que, en lugar de sesiones particulares, las iglesias hicieran las terapias grupales y es así como Marcela empezó a asistir a las reuniones que organizaba en Hatillo el mismo pastor que atendió a Jorge.

Recuerda sentirse molesta porque el pastor le imponía una forma de vestir “femenina” y porque empezaba a notar un interés de lucro en aquellas supuestas terapias.

Pese a las dudas, Marcela trataba de cumplir con todo lo exigido pero sentía que cada vez podía menos.

En cierto momento pidió una consejería individual al pastor y durante la conversación le preguntó si él todavía luchaba con su orientación sexual, a pesar de estar casado. “Me respondió que sí y le pregunté si era normal que yo tuviera esa lucha y me dijo que sí, que era algo con lo que uno tenía que luchar toda la vida”.

Marcela no le vio sentido a aquella respuesta. Se preguntaba por qué luchar toda su vida con algo con lo que nació, según relata.

Para entonces Marcela estudiaba Psicología y su formación también le llevó a cuestionarse si todo aquello realmente era de Dios. Comprendió que su homosexualidad no era una conducta aprendida y llegó a una conclusión: “Si Dios me hizo así, él sabía por qué y para qué”.

Ahora destaca que aquellas supuestas terapias no tenían fundamento. “Nunca iba a lograr quitar de su vida la orientación sexual, usted podía dejar de tener relaciones sexuales con una persona de su sexo, usted podía suprimir eso, pero su orientación siempre va a ir con usted”, expresa.

“Mientras ellos trabajan la culpa, uno se va a sentir sucio, (a creer) que ofendió a Dios de una manera fatal. Lo llenan a uno de demonios y es algo terrible porque uno piensa casi en encerrarse en cuatro paredes para no caer en pecado”, concluye.

Cree que al descubrir esto, finalmente pudo “salir del clóset” definitivamente y entender “que independiente de si yo hubiera pasado algún abuso, eso no daba pie para que se me encasillara o que se dijera que por eso yo era gay, porque al final no era así. Incluso si quitaba todo eso que me había pasado, Marcela siempre seguía siendo gay”, afirma.

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En el 2012 Marcela abandonó las terapias de conversión y dejó de asistir a la congregación cristiana. Ella describe esos siete años como una época en la que “todo era culpa, pecado, culpa, pecado y vivir en ese constante tormento siempre”.

“Ya no quería luchar contra mi misma, contra lo que yo sentía. Sabía muy bien que nadar contracorriente me estaba deteriorando mucho, como persona, amiga, hermana, hija. Me había deteriorado para complacer lo que a nivel de iglesia se requería y eso no está bien”, manifiesta Marcela.

“Ellos dicen que se puede hacer, pero el precio es a veces una condición muy miserable”, asegura. Al tomar distancia Marcela dice que pudo además comprender que esas terapias las promueven “personas que quieren cambiar mentes a diestra y siniestra, a costa de la crueldad”, y añade que se basan en el odio.

Para Marcela, las terapias de reconversión están muy lejos de ser algo que “venga del corazón de Dios”, ya que ella asegura que todo eso está basado en la repulsión y odio”.

“Se deja de lado la parte humana y se toma como una verdad absoluta una creencia para hacer una corrección y eso no es verdad, al menos en el tema de orientación no lo es”, afirma Marcela.

Durante el tiempo que ella recibió terapia asegura sentirse oprimida. “No era libre de expresar lo que vivía porque de una u otra manera había una constante condenación”, menciona.

Ahora, tras una década fuera de iglesias, asegura que mantiene un vínculo cercano con Dios y que el proceso que vivió fue “una reafirmación de que no tenía que cambiar nada en mí, porque no había nada malo”.

“La terapia de reconversión en mi vida, lejos de restaurarme como ellos le llaman, lo que hizo fue reafirmarme en mi esencia como mujer lesbiana”, concluye Marcela.

Nada que curar

Los testimonios de Esteban, Jorge y Marcela evidencian las secuelas que provocan estas prácticas. En algunos casos, los traumas generados por las intervenciones tardan años en superarse.

El informe elaborado por el experto independiente de la ONU insiste en que las supuestas terapias de conversión producen «profundos daños físicos y psicológicos en las personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero o de género diverso, de todas las edades, en todas las regiones del mundo”.

El experto de la ONU señala que ofrecer “terapias de conversión” constituye una forma de engaño, publicidad falsa y fraude. Es por ello que el Colegio de Profesionales en Psicología de Costa Rica pide a la ciudadanía denunciar a cualquier profesional del área que brinde este tipo de prácticas.

La psicóloga Margarita Salas llama a darle la espalda a cualquier iniciativa que busque transformar a personas sexualmente diversas. Salas pidió informarse sobre el tema desde un enfoque científico.

“Tengan muy claro que la diversidad sexual no es una patología, no hay nada que curar. Desde la Psicología, Psiquiatría y Medicina es claro que aquí no hay ninguna enfermedad. La única enfermedad es la homofobia, la transfobia y el odio ”, indica la experta.

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En caso de que usted requiera más información sobre el tema contacte al Colegio de Profesionales en Psicología o a organizaciones  con enfoques científicos y de Derechos Humanos:

Colegio de Profesionales en Psicología, teléfono 2271-3101.

Grupo de Apoyo a Familiares y Amigos de la Diversidad Sexual Costa Rica (Gafadis), teléfono 8833-3611

TransVida, teléfono  2221-7971

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