El conocimiento de los cuerpos de las mujeres sigue siendo una deuda histórica. Desde la llegada de la menstruación hasta la etapa de la menopausia, persisten tabúes, el desconocimiento y la falta de políticas públicas. Esta combinación forja lo que especialistas denominan pobreza menstrual: la carencia de recursos, condiciones y educación que permita vivir los ciclos menstruales del cuerpo femenino con dignidad.
El programa Visiones de Género, coproducido por Radio 870 UCR y el TEC, conversó con Rebeca Esquivel Alvarado, terapeuta menstrual y facilitadora de ginecología feminista, quien advierte sobre la necesidad de romper el silencio que ha acompañado por siglos la salud femenina.
EL TABÚ COMO HERENCIA CULTURAL
Durante generaciones, la menstruación ha sido tratada como un tema vergonzoso. La cultura, la religión y la falta de educación sexual han instalado una narrativa que patologiza los procesos naturales del cuerpo femenino.
Este desconocimiento no solo afecta la salud física, sino también la emocional. La falta de información veraz, el sesgo educativo y la escasa investigación con perspectiva de género obligan a muchas mujeres a atravesar sus etapas vitales sin acompañamiento ni comprensión médica.
A partir de las primeras menstruaciones, las jóvenes aprenden a esconder el tema, a normalizar el dolor y a evitar hablar de su cuerpo. Esta “prudencia” impuesta es una forma de control social que ha limitado el derecho de las mujeres a conocer y decidir sobre su salud. En este contexto de silencios, los procesos biológicos también han sido interpretados desde la enfermedad.
MENSTRUACIÓN Y MENOPAUSIA: PROCESOS, NO ENFERMEDADES
El discurso biomédico tradicional ha clasificado la perimenopausia y la menopausia como trastornos que deben tratarse hasta hallar una “cura”, como si fueran enfermedades. Sin embargo, Esquivel insiste en que se trata de procesos naturales que requieren acompañamiento.
Durante la vida de las mujeres, hay periodos como la menarquia y el climaterio que marcan transiciones significativas, pero rara vez se abordan desde la comprensión integral.
De este modo, la salud femenina se ha convertido en un negocio lucrativo: anticonceptivos hormonales, productos de higiene íntima o tratamientos costosos que rara vez contemplan el bienestar completo de la mujer. Recuperar la ciclicidad como parte de la salud integral implica reconectarse con el cuerpo, con su ritmo y sus señales, y desmantelar la idea de que lo femenino es sinónimo de sufrimiento o debilidad.
La falta de acompañamiento adecuado también tiene consecuencias sociales. Muchas mujeres dejan sus trabajos o interrumpen sus estudios por síntomas que podrían manejarse con información y apoyo. En Costa Rica, los programas públicos de salud aún carecen de protocolos claros para atender las etapas menstruales y de menopausia desde un enfoque humano y de derechos.

LA POBREZA MENSTRUAL FRENTE A LA DIGNIDAD
Más allá del ámbito médico, la salud de esta índole es un asunto de justicia social. La pobreza menstrual limita el acceso a productos adecuados, baños seguros y educación de calidad, afectando especialmente a mujeres y adolescentes en condiciones de vulnerabilidad.
Esta realidad no solo se expresa en la falta de recursos materiales, sino también en la vergüenza aprendida y en la cultura del silencio. A temprana edad, las mujeres aprenden a ocultar lo que es natural, a reprimir sus procesos biológicos y a asociar los ciclos menstruantes con la culpa o el asco.
La dignidad menstrual debería considerarse como un derecho humano para evitar que las mujeres sigan enfrentando sus ciclos, sintiéndose repletas de soledad y vergüenza, ya que con ello se perpetúa el silencio, el desconocimiento y la desigualdad. Los cambios a nivel estructural en este tema deben contribuir a transformar las miradas desde la educación, la investigación y la ciencia.
HACIA UNA SALUD INTEGRAL: INVESTIGAR Y TRANSFORMAR(NOS)
Romper con este patrón de desconocimiento exige modificar la manera en que la sociedad y la academia abordan la salud de las mujeres. En vía de materializar estas transformaciones, las universidades y los centros de investigación deben invertir en estudios sobre salud menstrual, endometriosis, menopausia y otros padecimientos históricamente invisibilizados.
“Es urgentísimo hacer la investigación al respecto de la salud ginecológica, menstrual, sexual y reproductiva. Hay malestares y enfermedades —miles de mujeres y personas menstruantes diagnosticadas con endometriosis, síndrome poliquístico, miomas— a las que no se les ha dedicado la investigación suficiente» —explica Rebeca Esquivel Alvarado.
Las instituciones pueden ser motores de cambio si promueven la formación de profesionales capaces de atender la salud femenina de un modo integral, que combine conocimiento científico, empatía y respeto por la diversidad de experiencias corporales.
Además, la educación con perspectiva menstrual en escuelas y colegios resultaría crucial para romper los mitos. Bajo tal premisa, derribar los estereotipos que pesan sobre la menstruación, la fertilidad y la menopausia es, en sí mismo, un acto político y liberador.
Nombrar estos procesos sin vergüenza, acompañar a otras mujeres y exigir una educación integral son pasos certeros hacia la autonomía corporal.
Hablar de salud menstrual y menopausia no es hablar de debilidad, sino de poder: el poder de conocerse, cuidarse y reclamar espacios de dignidad en todos los ciclos de la vida. Te invitamos a profundizar en este tema en el episodio “La salud de las mujeres: temas que no se hablan” del programa Visiones de Género.



