A Juan Bautista Alfaro le tomó años denunciar a un sacerdote por agresiones sexuales. Cuando finalmente pudo hacerlo, se topó con decisiones de la Fiscalía que él considera le han dificultado avanzar con el proceso. ¿La razón? El cura había dado “bendiciones” a la Fiscalía.
Juan Bautista Alfaro llegó a la Fiscalía de Pérez Zeledón el 9 de julio del 2024 con las pruebas que le solicitaron en una memoria USB, pero se encontró con una noticia que no esperaba: la investigación por su denuncia ya no estaba ahí, sino en la Fiscalía de Osa.
En una zona en el que el transporte público no circula con tanta frecuencia, al joven eso le supuso un problema logístico, pero le sorprendió aún más la respuesta sobre las razones del traslado de la causa: el sacerdote Froilán Aníbal Hernández Gutiérrez, a quien Alfaro denunció por violación sexual, había “realizado bendiciones” en la Fiscalía de Pérez Zeledón. Por esta razón, y con el objetivo de «garantizar transparencia y objetividad», el caso fue trasladado a otra Fiscalía, según consta en un documento de la Fiscalía Adjunta de Género al cual Interferencia tuvo acceso.

Juan Bautista ya había esperado mucho tiempo para poder denunciar aquellos hechos ocurridos —según su relato— en el 2010, cuando tenía 16 años. Por fin logró presentar la denuncia el año pasado, en julio, cuando ya tenía 30 años de edad.
Para alguien que no estaba familiarizado con el sistema judicial, ni gestiones judiciales en línea, ni tenía abogados, lo que parecía un asunto de mero trámite, se convirtió en un obstáculo: tendría que tomar dos buses, uno desde San Isidro de El General hasta Dominical y ahí esperar otro que viaje desde San José hasta Ciudad Cortés, cabecera del cantón de Osa, para llegar a esa Fiscalía ubicada a más de 80 kilómetros de su casa. El recorrido le tomaría hasta dos horas y media para poder declarar, presentar pruebas u otras acciones, cuando a tan solo dos kilómetros de donde vive, ya hay una Fiscalía.
Las dudas se convirtieron en certezas el pasado 31 de enero, cuando tenía una cita en la Fiscalía de Osa, a la que también debía asistir su hermana, para la primera reunión con testigos. Pero el traslado de tantas horas implicaba que ella encontrara con quién dejar a sus hijos, algo que no logró coordinar, por lo que ninguno pudo asistir.
Esto fue suficiente para que Juan llamara a Lester Villalobos Gallardo, fiscal a cargo de su caso, para solicitarle que el proceso regresara a la Fiscalía de Pérez Zeledón, pues sabía que enfrentar la denuncia en esas condiciones sería complicado y temía que esta situación terminase afectándolo a él y beneficiando al sacerdote imputado.
El fiscal Villalobos le dijo a Juan que no había mucho por hacer, ya que el traslado había sido ordenado por su superior, Édgar Ramírez, fiscal adjunto de Pérez Zeledón; así consta también en el documento de la Fiscalía Adjunta de Género donde se indica la razón del traslado y el cual le entregaron al joven.
Interferencia intentó contactar a Ramírez para conocer los detalles de esa decisión. Sin embargo, desde la oficina de prensa del Ministerio Público se informó que no podía referirse al tema por tratarse de un caso en investigación. Solo agregaron que la decisión fue tomada en una mesa de trabajo entre la Fiscalía Adjunta de Género y Ramírez, con el “objetivo de garantizar un trámite oportuno”.
La Fiscalía Adjunta de Género indicó que el traslado de expedientes dentro de un mismo circuito judicial es común y que no se le exige a las partes desplazarse “grandes distancias” para seguir el proceso, pues de ser necesaria la participación de algunas de ellas se coordinan atenciones en el despacho más cercano.
“Es posible para las partes intervinientes, gestionar viáticos, según corresponda, ante el despacho donde se tramita el expediente, esto para ayudar a sufragar los gastos”, manifestó la Fiscalía ante consultas de este medio.
Pero Juan no tenía idea de que podía recibir viáticos o evitar el viaje hasta Osa. Antes de que Interferencia consultara a la Fiscalía, el joven aseguró que desconocía esa opción, pues le habían solicitado trasladarse hasta allá para presentar pruebas y asistir a una reunión de testigos, así, sin mucha más explicación o asesoría al respecto de sus derechos
Mientras, el sacerdote Hernández también afronta una investigación en la Iglesia Católica por los mismos hechos.
Interferencia se puso en contacto con el sacerdote, quien derivó las consultas a su abogada. A esta última se le planteó una pregunta sobre la reacción del sacerdote ante el caso y las razones detrás de su solicitud de dispensa para ejercer su ministerio presbiteral. Sin embargo, al cierre de esta edición, no se recibió respuesta.
El cura ya no quiere ejercer como tal. Ante consultas de Interferencia, la Comisión Diocesana de Protección a Menores de la Diócesis de San Isidro, confirmó que Hernández solicitó la dispensa del ejercicio de su ministerio presbiteral. Eso quiere decir que “solicitó a la Santa Sede ser liberado del celibato y de las demás obligaciones del estado clerical inherentes a la Sagrada Ordenación; por tanto, cuando termine este proceso (el cual está en camino), si el Pontífice (el Papa) así lo concede, Hernández ya no será sacerdote”, detalló la Curia.
El sacerdote hizo esta solicitud después de que Juan Bautista presentó la denuncia. Esta fue la segunda en su contra, pues previamente, el 27 de junio de 2022, la Iglesia recibió una denuncia contra el mismo sacerdote por abuso sexual de un menor de edad, interpuesta por una persona distinta. Sin embargo, ese caso fue cerrado, ya que la institución concluyó que “no se logró la certeza moral en cuanto a esta condición y al hecho concreto”.
En el caso de Juan Bautista, el proceso sigue en etapa de investigación, y la Iglesia recopila documentación que será enviada a la Santa Sede. Mientras tanto, la Curia informó de que se le ha restringido por completo el ejercicio del sacerdote como tal y prohibido cualquier contacto con los testigos.
Entre la culpa, la vulnerabilidad y un sacramento
Actualmente, Juan Bautista trabaja para una empresa internacional y también crea contenido para redes sociales sobre su vida, experiencias y “temas que duelen en sociedad”. De hecho, dentro del contenido que llevaba en la USB que debía entregar como pruebas a la Fiscalía cuando se enteró del traslado, había un video suyo donde contaba su historia como víctima de agresión sexual, el cual había publicado en sus redes sociales.
Esa historia de agresión sexual inicia precisamente en Pérez Zeledón, a 136 kilómetros de la capital, donde transcurrieron sus primeros 17 años de vida.
En entrevista con Interferencia, recordó que fueron años intensos, llenos de descubrimientos, contradicciones y una fuerte influencia del catolicismo. De hecho, durante su infancia y adolescencia se integró a un grupo de jóvenes y se desempeñó también como monaguillo de la Catedral San Isidro Labrador, en el centro de Pérez.
«A los once años me metí en este grupo de la Iglesia, que tenía un subgrupo llamado preseminario. Era una estructura dentro del camino, destinada a jóvenes con dudas vocacionales. Y yo, desde chiquitillo, siempre he sido muy curioso por la vida”, contó.
En medio de estos grupos de la iglesia, a sus 14 años, en plena adolescencia, los cuestionamientos sobre sí mismo empezaron a surgir.
“Fue entonces cuando mis hormonas empezaron a dar brincos y a indicarme que, en realidad, yo era el dueño de mi historia, o al menos comenzaba a entenderlo. Tal vez el camino no era el que mi mamá y mis catequistas querían para mí, sino el que yo decidiera. Al final, es la búsqueda que todo adolescente atraviesa, ¿no?” comentó Alfaro.
Entonces comenzó a darse cuenta de que quizá no encajaba en las imposiciones de la heterosexualidad y a conocerse y a reconocerse como un hombre gay, recuerda. Pero ese descubrimiento y la experiencia de vivir como un hombre que no encajaba en las expectativas impuestas por su familia, la Iglesia y la sociedad en general, venía cargado de una enorme culpa; culpa que, según cuenta, buscaba desesperadamente aliviar en el catolicismo, utilizando el sacramento de la confesión como un escape, un intento de encontrar un poco de paz en una adolescencia marcada por el constante choque entre el placer y el remordimiento.
“Buscaba confesores de manera obsesiva, por así decirlo, con la esperanza de limpiarme de ese pecado que tanto me afligía”, expresó.
En su afán por purificarse de lo que en ese momento consideraba un pecado, buscó refugio en la Catedral, donde servía como monaguillo. A sus 14 años, conoció al sacerdote Froilán Aníbal Hernández, quien pronto se convirtió en su confesor.
Juan Bautista recuerda a Hernández como un sacerdote ordenado a una edad temprana, carismático y querido por la comunidad. En uno de los videos que compartió en redes sociales contando al respecto, lo describe como “estrella de David de la juventud generaleña”, quien contó con gran respaldo y llegó a la Iglesia para darle “una nueva cara”.
Según detalló el joven, Hernández escuchaba sus confesiones y conocía bien la culpa y ansiedad que sentía por ser homosexual. Recuerda que mantenían contacto frecuente a través de la plataforma de mensajería popular de la época, Messenger.
En aquel año del 2010, el sacerdote tenía 30 años, es decir, era 14 años mayor que Juan Bautista quien tenía 16. Un día, quedaron de verse en la casa curial del Calvario, donde, para su sorpresa, el padre estaba solo. Aunque le pareció extraño, confiaba plenamente en él, dice
En uno de sus videos de redes sociales, Juan Bautista cuenta que al principio el encuentro se trató de una conversación amena, como “una dirección espiritual”, pero luego, “cayeron las caricias del sacerdote y cuando caí en razón nuevamente, había terminado en el alzacuello del padre Froilán”, narró.
El asco, la vergüenza y la culpa se apoderaron de él, según recordó. Sintió mucha culpa por afirmar su sexualidad, pero también por convertirse en la piedra de tropiezo para un padre de la Iglesia Católica.
“El padre Froilán parecía tranquilo, como si nada hubiera pasado. En mí no cabía una gota más de asco y de repulsión hacia mi mismo. De hecho, desesperado le pregunté si me podía confesar. Él me respondió sonriendo que en ese momento no podía porque él había sido parte de mi pecado, pero que en otro momento me podía confesar”, relató el joven.
Ese día intentó que nadie supiera dónde estuvo, se prometió a sí mismo no volver a comentar del tema con nadie y nunca más le volvió a hablar al cura. “Con mucha vergüenza recogí los despojos de mí, me puse el uniforme del colegio y me fui de la Casa Curial del Calvario, sintiéndome menos que humano”, recordó.
Denunciar, pese a los “no” de una Fiscalía
Juan Bautista ya había intentado denunciar antes al sacerdote. La primera vez fue en el 2015, cuando se presentó a la Fiscalía pero terminó desistiendo.
Según su relato, las personas que le atendieron en la Fiscalía, y cuyo nombres no recuerda, le cuestionaron si realmente era necesario presentar la denuncia después de tanto tiempo de ocurridos los hechos. Además, según el joven, le advirtieron sobre el impacto que podría tener su testimonio, preguntándole si era consciente de que el acusado era una figura pública y del daño que su denuncia podría causar tanto a esa persona como a la Iglesia Católica.
Todo esto le hizo retirarse, según dice, «con el rabo entre las piernas» y tan miserable como “cuando me fui de la casa cural del calvario”, relató.
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Aunque por años estuvo guardándose lo que había vivido a sus 16 años y se tragó «ese infierno», tal como él lo describe, años después, ya en la universidad, la culpa y la ansiedad lo acompañaban. Fue cuando contó con el apoyo de los servicios de la Oficina de Orientación de la Universidad de Costa Rica y los Centros de Asesoría Estudiantil (CASE) que comenzó a comprender lo que realmente había sucedido.
«Con las herramientas que, de hecho, la institucionalidad, o sea, la universidad pública me dio (…) la próxima vez que yo volví a hablar de esto fue en una sesión de terapia, en el CASE, con una psicóloga”, relató
Juan Bautista pudo entender lo difícil que era para una persona sexualmente diversa, que vive en zona rural, tener una vida sexual sin que estuviera marcada por la marginalización.
“Y es precisamente en esa marginalidad donde nos encontramos con personajes que, también desde su vulnerabilidad, buscan a otras personas vulnerables: personas que no hablarán, que se quedarán calladas porque quieren protegerse, temiendo ser señaladas por su orientación sexual”, explicó en entrevista.
Así fue como decidió hablar con su familia sobre lo sucedido y luego presentar una denuncia en la Fiscalía de Pérez Zeledón en 2015, a sus 21 años. Sin embargo, ese primer intento no salió bien.
Nueve años después, volvió a intentarlo. Esta vez, sí logró denunciar. A pesar de los años transcurridos, pudo hacerlo gracias a la «ley de derecho al tiempo», aprobada en el 2019, la cual establece que el plazo de prescripción para la acción penal en casos de delitos sexuales cometidos contra menores de edad es de 25 años. Este plazo comienza a contar una vez que la víctima haya alcanzado la mayoría de edad. Antes de la aprobación de esta ley, el plazo de prescripción era de solo 10 años después de cumplir los 18.
Aunque el miedo y la complejidad del sistema judicial no dejaba de abrumarlo, según su testimonio, el joven se volvió a acercar a la Fiscalía de Pérez Zeledón.
«Cuando vas a poner una denuncia, estás en una oficina, pero hay no sé cuántos cubículos, y estás escuchando lo que los demás vienen a denunciar. Lo que estás denunciando, te escuchan, y más en estos delitos, ¿verdad?, que son tan sensibles y que te exponen», recordó sobre el proceso.
Y después de todo eso, se topó con otros hechos que considera obstáculos, como el traslado de su causa a otra fiscalía. Juan Bautista insiste en que “no debería haber una bendición de ninguna fiscalía” y, aunque reconoce que es válido atender posibles conflictos de interés, considera que el proceso no debería entorpecerse trasladándolo a una fiscalía lejos de su casa.
Un primer avance
Tras la publicación del video relatando lo ocurrido, se enteró de tres personas más que también que afirmaban haber sufrido abuso sexual por parte del mismo sacerdote. Incluso, según detalló Juan Bautista, una de ellas se suicidó.
El joven explicó que la familia de esta persona llevó el proceso de denuncia ante la Iglesia, pero fue desestimado. Cuando Interferencia hizo las consultas, la Curia de San Isidro confirmó que hubo una denuncia contra el sacerdote antes que la de Alfaro y explicó que se cerró porque no se logró la certeza moral sobre los hechos, pero no dejó claro que fuera la misma que Juan Bautista comentó.
«Hay como un carácter serial, que no fue algo que me pasó a mí, sino que hay un patrón. Además, este tipo está aprovechando un espacio, una investidura donde tiene mucho poder en el campo, porque hace cosas en formaciones de pedagogía, entonces iba a colegios a dar charlas y cosas motivacionales. O sea, es un patrón como premeditado, sabiendo lo que estaba haciendo y metiéndose en lugares donde hay personas vulnerables”, afirmó Juan Bautista.
“Quiero que se haga justicia y que la ley caiga sobre quien ha causado tanto daño. El caso de ese joven que se quitó la vida me afecta muchísimo. No deberíamos haber llegado a ese ahí. Es dolor de esa familia, que no fue escuchada y perdió a su hijo por este tipo de situaciones”, relató.
A raíz de su primer video publicado, la Curia lo contactó para iniciar la denuncia, según relató Juan Incluso, contó que, para su sorpresa, el proceso de interponer la denuncia con la Iglesia fue menos complejo, comprensible y abrumador que hacerlo vía penal.
«Me dijeron que normalmente es un sacerdote quien realiza la entrevista, pero que si me sentía más cómodo con que no fuera un sacerdote ni un hombre, podríamos buscar a una persona neutra que hiciera la entrevista. Y esa misma semana, el viernes, fui a la entrevista con una psicóloga de una unidad ahí de la diócesis, que fue súper colaboradora y más bien buscando detalles sanamente para apoyar el caso. Y lo que realmente creo que ha sido un poquito más extraño es cómo ha sido con el Estado, digamos, con el Ministerio Público”, contó.
Juan Bautista aún no sabe cuál será el resultado penal de su caso, pero afirma que: “por ahora que (el cura) ya no esté cerca de poblaciones vulnerables y con su investidura de sacerdote, yo creo que ya hay un gane”.
Alfaro expresó que continuará con el proceso porque el dolor de las familias que le han compartido otros casos de abusos por parte del mismo acusado le mueve profundamente.