Durante la guerra global contra el terrorismo, Estados Unidos y sus aliados se apoyaron en funcionarios de inteligencia vinculados a corrupción y tortura. Varios de estos espías, y sus familias, acumularon grandes sumas en Credit Suisse.
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En la película de espías Red de mentiras, que se estrenó en 2008, el personaje ficticio Hani Salaam ayudaba a dos agentes de la CIA interpretados por Russell Crowe y Leonardo DiCaprio a atrapar terroristas. Lo que los espectadores no sabían era que basaron el personaje de Salaam en un individuo real: un jefe de servicios secretos jordano llamado Sa’ad Kheir.
Kheir dirigió la Dirección General de Inteligencia (GID) de Jordania entre 2000 y 2005, actuando como un aliado clave de Estados Unidos en la guerra al terror. Sin embargo, aunque el cine lo retrata como un héroe con estilo que ayuda a Estados Unidos, las actividades de Kheir en la vida real fueron más cuestionables desde el punto de vista moral.
Además de supuestamente beneficiarse del comercio ilícito de petróleo, Kheir supervisó el papel de Jordania en el llamado “programa de entregas extraordinarias” de Estados Unidos. Este es un procedimiento extralegal donde sospechosos de terrorismo fueron secuestrados y enviados a terceros países, donde a menudo fueron torturados. Su agencia fue acusada de torturar prisioneros y de controlar tribunales de papel.
En 2003, abrió una cuenta personal en Credit Suisse. Durante los siete años siguientes, la cuenta crecería hasta acumular 28,3 millones de francos suizos (21,5 millones de dólares) en su pico, antes de ser cerrada meses después de su muerte, a finales de 2009.
Kheir no fue el único espía que escondió gruesas sumas de dinero en Credit Suisse. Esta investigación descubrió que 15 importantes figuras de la inteligencia del mundo entero, o sus familiares cercanos, eran clientes del banco.
Las revelaciones proceden de una filtración de datos bancarios de Credit Suisse, que contienen información sobre clientes desde los años 40 hasta bien entrados los años 2010.
La mayoría de los 15 personajes eran jefes de inteligencia de alto nivel en sus países. Los datos también incluían a otros espías que OCCRP decidió no incluir, porque sus identidades no pudieron ser verificadas más allá de cualquier duda.
Las carreras de tres de esos jefes tienen rasgos similares a la de Kheir: el egipcio Omar Suleiman, el general paquistaní Akhtar Abdur Rahman y el yemení Ghaleb Al-Qamish.
Los cuatro dirigían agencias de inteligencia estatales en las que controlaban importantes presupuestos encubiertos, por encima de cualquier escrutinio parlamentario y ejecutivo. Los cuatro – o sus familiares- tuvieron cuentas en Credit Suisse con importantes sumas de dinero, que difícilmente se pueden explicar con sus ingresos oficiales.
Los cuatro tuvieron roles en intervenciones clave de Estados Unidos en Medio Oriente y Afganistán, desde los primeros intentos de la CIA por respaldar a los muyahidines antisoviéticos a finales de la década de 1970, pasando por la primera Guerra del Golfo en 1990, hasta las llamadas «guerras eternas» lanzadas en Afganistán e Irak en 2001.
Tres de los personajes, Qamish, Suleiman y Kheir, encabezaron organismos conocidos por
estar involucrados con torturas. Al menos ocho de sus familiares también tenían cuentas en Credit Suisse.
Puesto que estos funcionarios de inteligencia entran en la categoría de “personas políticamente expuestas”, sus cuentas tendrían que haber sido examinadas con cuidado y haber planteado preguntas a Credit Suisse.
Según la experta suiza en cumplimiento Monika Roth, los bancos consideran a los agentes secretos como clientes especialmente sensibles. «Yo no los tomaría como clientes, eso es demasiado arriesgado», afirmó Roth, y añadió que los jefes de inteligencia suelen ser «personas con mucho poder, conexiones cuestionables y fuentes de dinero muy opacas».
Un antiguo ejecutivo de Credit Suisse dijo a OCCRP: «En el ejemplo de un jefe de inteligencia como Saad Kheir, la apertura de una cuenta es una bandera roja y muchos bancos en Suiza no la aceptarían, pero Credit Suisse sí.»
No es claro qué procesos de debida diligencia debida se aplicaron, si es que alguno se llevó a cabo. Credit Suisse no comentó casos individuales, citando las leyes bancarias suizas que prohíben a los bancos identificar o proporcionar información sobre los clientes. El banco dijo que «opera su negocio en cumplimiento de todas las leyes y regulaciones globales y locales aplicables» y que había reforzado su «marco de gestión de riesgos y sistemas de control».
Akhtar Abdur Rahman y los flujos de dinero secretos
Mucho antes de que Kheir abriera su cuenta en Credit Suisse, funcionarios de inteligencia que ayudaron a Estados Unidos a librar una guerra por delegación contra los soviéticos en Afganistán tejieron sus propias conexiones con la institución.
A finales de la década de 1970, Estados Unidos respaldó a siete facciones diferentes de combatientes islamistas llamados muyahidines que luchaban contra la presencia rusa en Afganistán. Arabia Saudí igualó la financiación estadounidense a los yihadistas, dólar por dólar, enviando a menudo dinero a la cuenta bancaria suiza de la CIA. El destinatario final del procedimiento era el grupo de Inteligencia Inter-Servicios de Pakistán (ISI), dirigido por el general Akhtar Abdur Rahman.
A mediados de la década de 1980, Akhtar era experto en traspasar el dinero de la CIA a los yihadistas afganos. Fue en esa época cuando se abrieron cuentas de Credit Suisse a nombre de sus tres hijos. Como escribió en un libro Mohammad Yousaf, un colega de Akhtar en el ISI: «Los fondos combinados [estadounidenses y saudíes], que ascendían a varios cientos de millones de dólares al año, fueron transferidos por la CIA a cuentas especiales en Pakistán bajo el control del ISI».
Tanto Yousaf como Steve Coll -autor del libro «Ghost Wars», ganador del Premio Pulitzer en 2005- afirman que Akhtar fue el hombre que decidía sobre el destino final de ese dinero. Paraentrenar a los muyahidines con armamento sofisticado, la CIA le confió millones. En 1984, el presupuesto de la CIA para Afganistán ascendía a unos 200 millones de dólares.
La supervisión era de una laxitud crónica y el papel de Akhtar es cuestionado desde hace mucho tiempo.
Una fuente de inteligencia del sur de Asia, que conoce de las operaciones en Afganistán, dijo a OCCRP: «En ese momento era fácil abrir cuentas bancarias suizas de cualquier manera o tipo para la transferencia de fondos».
«Akhtar lo hacía para llenar sus propios bolsillos», dijo la fuente. «Se desviaba mucho dinero de la guerra afgana hacia sus cuentas bancarias».
Una de las dos cuentas de la familia de Akhtar en Credit Suisse – compartida por sus hijos Akbar, Ghazi y Haroon – se abrió el 1 de julio de 1985, cuando tenían entre 20 y 30 años. Ese mismo año, el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, se preocupó por el destino del dinero destinado a los muyahidines. En 2003, esta cuenta acumulaba al menos cinco millones de francos suizos (3,7 millones de dólares). Una segunda cuenta, abierta en enero de 1986 sólo a nombre de Akbar, alcanzó a tener más de 9 millones de francos suizos (9,2 millones de dólares) en noviembre de 2010.
Akhtar murió junto a su jefe, el dictador pakistaní Zia-ul-Haq, en un accidente aéreo en 1988
Akbar y Haroon Khan no respondieron a los cuestionarios que OCCRP envió. Ghazi Khan calificó por su parte de «no correcta» la información presentada por los periodistas sobre las cuentas suizas de la familia y rechazó las preguntas.
Ghaleb Al-Qamish: la «caja negra
Mientras la CIA y Akhtar colaboraban en Afganistán, el yemení Ghaleb Al-Qamish iniciaba su propio ascenso.
En 1980, Qamish dirigía la Oficina de Seguridad Política (PSO) de Yemen, encargada de la inteligencia interna. Al igual que hacía Akhtar desde Pakistán, Qamish reclutaba combatientes para la guerra de Afganistán contra los soviéticos.
Qamish, que ha sido una figura dominante en el aparato de seguridad de Yemen por décadas, fue un ejecutor clave para el presidente Ali Abdullah Saleh, que gobernó de 1978 a 2012. Cuando Al-Qaeda atacó el destructor estadounidense U.S.S. Cole en el puerto yemení de Adén en 2000, Saleh le pidió a Qamish, inicialmente reacio, que ayudara la CIA a descubrir a los autores.
Según tres oficiales que trabajaron bajo las órdenes de Qamish en la PSO de Yemen, era el funcionario de seguridad más temido del país, descrito como la «caja negra» de Saleh. Las tres fuentes, que solicitaron el anonimato por temor a represalias, dijeron a OCCRP que Qamish tenía «un presupuesto abierto de millones de dólares» para hacer lo que quisiera.
Cuando se convirtió en el principal espía de Yemen, al ayudar a los estadounidenses a desmantelar células terroristas a principios de la década de 2000, Qamish también tenía millones ocultos en Credit Suisse.
Su cuenta, abierta en 1999, alcanzó a acumular casi 5 millones de francos suizos (3,7 millones de dólares) en 2006. Ese año algunos sospechosos del ataque al Cole escaparon de una prisión yemení. El salario mensual de Qamish era probablemente de 4.000 a 5.000 dólares, incluyendo los subsidios y las primas, indicaron los antiguos agentes de inteligencia y las directrices oficiales de la ley salarial yemení.
Qamish fue acusado de varios abusos, entre ellos la participación del llamado “programa de entregas extraordinarias” de Estados Unidos, en el que se produjeron millonarios desembolsos de la CIA a funcionarios y a otros auxiliares en países aliados. Los documentos oficiales muestran que se hicieron importantes pagos a países que acogieron centros clandestinos de detención de la CIA y a los que realizaron torturas e interrogatorios.
Ruth Blakeley, del Rendition Project, un grupo de académicos del Reino Unido que examina el programa estadounidense, afirmó que hay que investigar cualquier información nueva sobre fondos ocultos de agentes de inteligencia vinculados con torturas.
«Si hay pruebas de que altos cargos de los servicios de inteligencia se beneficiaron económicamente de la conspiración en el programa de la CIA de entregas, detenciones e interrogatorios, entonces eso merece una investigación exhaustiva», dijo.
Si en algún momento Credit Suisse puso en duda el origen del dinero de Qamish o su idoneidad como cliente, eso no impidió que el banco siguiera tratando con él. Sus cuentas siguieron activas mucho tiempo después de su participación tanto en el programa de “entregas extraordinarias» estadounidense como en la represión de opositores políticos yemeníes.
«A través de la PSO, [Qamish] se encargaba de detener a todos los elementos que se consideraban opositores al régimen de Saleh», dijo un alto funcionario. Otro añadió: «Nadie sabía cómo se gastaba el dinero de la PSO».
La relación de Qamish y Saleh se desbarató cuando el presidente empezó a preparar a uno de sus hijos para que se hiciera cargo del país. Saleh también creó una nueva unidad de inteligencia interna, la Oficina de Seguridad Nacional en 2002, comandada por un sobrino, que rápidamente eclipsó a la PSO. Poco a poco, el líder comenzó a hacer la cama a Qamish.
En enero de 2011, sacó 3,8 millones de francos suizos (4 millones de dólares) de su cuenta de Credit Suisse y cerró la cuenta. Justo en ese momento las multitudes tomaban las calles de Adén en los primeros coletazos de la Primavera Árabe. Fue destituido de su cargo de jefe de la OSP en 2014 por el presidente Abdrabbuh Mansur Hadi, que derrocó a Saleh, y lo nombraron embajador. Aunque no fue destinado oficialmente a ningún lugar.
Actualmente Qamish vive en Estambul. En los últimos años ha pasado a un segundo plano, pero al parecer sus hijos siguen activos con negocios en Yemen, Bahréin, Brasil y Turquía. Qamish no respondió a los cuestionarios que se le enviaron varias veces.
Omar Suleiman: el temido ejecutor de Egipto
En un cable diplomático de enero de 2009 filtrado a Wikileaks, Margaret Scobey, embajadora de Estados Unidos en Egipto, dijo que el jefe de espionaje Omar Suleiman fue usado por la dictadura de Hosni Mubarak como ejecutor. Añadió que a Mubarak «no le quitaban el sueño» los métodos brutales de Suleiman.
Credit Suisse tampoco parecía estar demasiado preocupado por Suleiman. A pesar de que las víctimas del llamado “programa de entregas extraordinarias” de Estados Unidos lo vincularon personalmente con torturas, la familia de Suleiman mantuvo gran parte de su patrimonio en el banco.
En febrero de 2003, mientras los amigos de su padre en la CIA y el Pentágono urdían planes para invadir Irak, la familia de Suleiman hacía sus propios preparativos: los financieros. Ese mes, se abrió una cuenta de Credit Suisse a su nombre. Más tarde se llenaría de millones.
Al igual que Akhtar, Kheir y Qamish, Suleiman era considerado un aliado de confianza de Estados Unidos.
Semanas antes de que se abriera la cuenta de los Suleiman, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, en un discurso ante las Naciones Unidas, expuso las razones por las que era urgente derrocar el régimen del presidente Saddam Hussein en Irak. Cuando Powell afirmó en la ONU que tenía pruebas de que Irak entrenaba a Al-Qaeda en el uso de armas químicas, se basó en una fuente que fue víctima del régimen de inteligencia de Suleiman: Ibn Sheikh Al-Libi.
Al-Libi, un libio, fue capturado en Pakistán en 2001 antes de ser entregado por la CIA a Egipto en 2003. Confesó porque los egipcios le advirtieron que «tres mil individuos habían estado en la silla antes que él» y que todos habían hablado. Después de ser aplastado en una caja diminuta, Al-Libi explicó que terminó diciéndole a los egipcios «lo que querían oír».
Suleiman solía conseguir lo que deseaba.
A medida que la guerra de Irak pasaba de las batallas abiertas a la contrainsurgencia, la riqueza de la familia de Suleiman aumentaba. En 2007, cuatro años después de la caída de Saddam Hussein, la cuenta de Suleiman en Credit Suisse acumulaba 63 millones de francos suizos, que se repartían las tres hijas de Omar.
La familia Suleiman no respondió a los repetidos cuestionarios que se les enviaron.
La cuenta sobrevivió a la dictadura egipcia de Mubarak, que cayó en 2011 bajo el peso de la Primavera Árabe. Tras el derrocamiento de Mubarak, las autoridades suizas afirmaron que estaban congelando los activos de una docena de figuras vinculadas a él y a su gobierno. Pero parece que la decisión no se aplicó a los Suleiman. Credit Suisse mantuvo sus cuentas a pesar de que existían numerosas preocupaciones sobre los crímenes del patriarca.
Además de supervisar las torturas, Suleiman también participó en transacciones financieras clandestinas de la agencia de espías.
En el proceso contra Mubarak, un juez citó el testimonio de Suleiman y de otros funcionarios sobre el magnate egipcio y testaferro del servicio de inteligencia Hussein Salem. Indicaron que era dueño de diversas empresas de gas y otros sectores para la agencia de espionaje. El juez escribió que Suleiman admitió que sus servicios crearon empresas de fachada por razones de «seguridad nacional», usando a Salem con frecuencia.
Salem también era cliente de Credit Suisse. Tenía varias cuentas, una de ellas con activos por 105 millones de francos suizos (79,3 millones de dólares) en 2003. Fue nombrada en un proceso judicial cuando los investigadores alegaron que se había usado para pagar y recibir lo que parecían comisiones corruptas a ejecutivos de FlowTex, una empresa alemana procesada por fraude masivo.
Es posible que nunca se conozca el origen de sus fortunas. Pero los expertos afirman que casos como los de los Akhtar, los Kheir, los Qamish y la familia Suleiman plantean preguntas sobre cómo los líderes de la inteligencia pueden haberse beneficiado de la ilegalidad.
«No hay que olvidar que Mubarak quería que sus generales y jefes de inteligencia robaran dinero», dijo Robert Baer, un exagente de la CIA que sirvió en Oriente Medio. «Porque cualquiera que no esté ganando dinero en un puesto así no es de fiar. Esa es la gente que da golpes de estado».
Sa’ad Kheir: Un héroe de acción de Jordania
El jordano Sa’ad Kheir estaba hecho para el cine. David Ignatius, del Washington Post, que escribió la novela en la que se basó la película Red de mentiras, lo describió como «brillante pero emocionalmente herido».
Human Rights Watch informó de que el GID actuó como «carcelero por delegación» de la CIA, «reteniendo prisioneros que la CIA aparentemente quería mantener fuera de circulación», como hicieron las fuerzas de inteligencia de Suleiman en Egipto. Esa organización de derechos humanos documentó al menos 14 prisioneros que Estados Unidos envió a custodia jordana para su probable tortura entre 2001 y 2003.
Amnistía Internacional, citando el testimonio de las víctimas, informó que el GID obtuvo más de 100 confesiones mediante tortura, y luego envió estos casos al Tribunal de Seguridad del Estado de Jordania, que dictó penas de muerte para los más desafortunados.
Posteriormante, altos funcionarios del GID negaron haber retenido prisioneros para Estados Unidos o que la tortura haya existido. Rumores de corrupción relacionados con el comercio de petróleo también han acechado a Kheir, pero nunca se presentaron cargos.
Según los cables diplomáticos de Wikileaks, el exprimer ministro jordano Ali Abul Ragheb (2000-2003) situó a Kheir en el centro de los acuerdos petroleros en los que participaban Arabia Saudí, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos.
«Kheir, junto con el entonces primer ministro Abul Ragheb, institucionalizó la corrupción de alto nivel que sigue persiguiendo a Jordania en la actualidad», dijo un político jordano a OCCRP.
Sin embargo, la carrera de Kheir acabaría llegando a su fin. En mayo de 2005, fue destituido de su cargo en el GID por el rey Abdullah. Murió en un hotel de lujo de Viena en diciembre cuatro años después.
En 2002, su cuenta en el banco acumuló 28,3 millones de francos suizos. El hermano de Kheir, Saeed, un ingeniero que trabaja con los dos aviones privados del rey Hussein abrió una cuenta de Credit Suisse en 2006, en la que llegó a tener 13 millones de francos suizos en 2011. Fue cerrada en 2014. La esposa de Kheir en el momento de su muerte, Janiche Frayeh, tenía su propia cuenta con un valor de 6 millones de francos suizos (5,9 millones de dólares) en 2010. Su cuenta también se cerró en 2014.
Saeed Kheir dijo a OCCRP que por el delicado rol de su hermano Sa’ad, “no debería sorprenderte que no compartiera ninguna información conmigo sobre su trabajo en inteligencia”. Añadió que no sabía nada de ninguna cuenta de Credit Suisse abierta por su hermano y que él mismo nunca creó ninguna cuenta. Señaló que todos sus ingresos «han sido declarados a la autoridad fiscal en Jordania». Dijo que nunca compartió una cuenta bancaria con su hermano ni recibió fondos de él.
En un mensaje a OCCRP, Frayeh dijo que las preguntas sobre las cuentas de la familia en Credit Suisse eran “raras, extrañas e indignantes”.
Ella describió a Kheir como “un hombre honorable que luchó contra el terrorismo todo su vida para que gente como yo o su grupo pueda vivir seguros”. Ella dijo que no abrió ninguna cuenta en Credit Suisse, que no tenía “ni idea” de esos fondos y que ella es simplemente una “ama de casa”.
‘Algo muy valioso’
Para los responsables de inteligencia, tratar con Credit Suisse ofrecía un servicio que era difícil de encontrar en un mundo cada vez más globalizado.
“Estos bancos representan algo que para la comunidad de inteligencia es muy valioso: el secreto”, dijo un oficial de inteligencia europeo que pidió mantener el anonimato. “Esta confidencialidad hace sus servicios muy útiles en operaciones encubiertas”.
Un antiguo director de la inteligencia alemana en Oriente Medio dijo a OCCRP y a sus socios que no le sorprende que responsables de alto rango de servicios de espionaje de países no democráticos abrieran cuentas en Suiza. Según la fuente, esas cuentas pueden servir como recurso de emergencia por si los regímenes a los que sirven estos espías son derribados o si ellos caen en desgracia.
Esta hipótesis fue compartida por Baer, el exagente de la CIA.
“En el mundo árabe, solo estás en ese puesto durante un tiempo”, dice Baer. “Tú y tu clan tienen que robar lo que puedan y crear un rinconcito de ahorros. Suiza es el lugar más seguro una vez que creas las cuentas”.
Caer en desgracia, parece, es uno de los principales peligros en el mundo del espionaje. Tras la caída de Mubarak en 2011, Suleiman se postuló como candidato para liderar Egipto, aunque fue descalificado. Murió en la Clínica Cleveland cinco meses más tarde, en julio de 2012, por causas naturales.
Más allá de navegar las luchas internas por el poder, los espías también tienen problemas prácticos que los bancos suizos pueden haber ayudado a solucionar.
“Las agencias de espionaje y las organizaciones terroristas a veces trabajan del mismo modo”, dijo el exoficial del Mossad Avner Avraham. “Ellos tienen los mismos problemas. Ellos tienen que transferir dinero del punto A al punto B, pagar a alguien, y no quieren que nadie sepa quién paga y cómo se transfiere o de dónde viene”.
Graham Barrow, un experto británico en criminalidad financiera, señaló que las enormes sumas que aparecen en las cuentas de Credit Suisse conectadas con responsables de inteligencia tendrían que haber hecho saltar las alarmas para el banco.
“No hay motivo para que un responsable de un servicio de inteligencia no pueda abrir una cuenta bancaria, pero tienen que dar explicaciones de por qué quieren esa cuenta y para qué van a usarla”, dijo. “Y la cuenta tiene que ser empleada para lo que se dijo que iba a ser usada”.
“Si en algún momento hay una discrepancia, el banco debe prender las alarmas”.
Otros espías en los datos
Estos cuatro son solo la punta del iceberg. Esta investigación encontró entre los datos filtrados cerca de 40 cuentas en Credit Suisse vinculadas a oficiales de inteligencia de cerca de una docena de países. Entre ellos, están:
● El antiguo capitán del Ejército venezolano Carlos Luis Aguilera Borja, conocido como El Invisible, sirvió como guardaespaldas de Hugo Chávez en la década de 1990.
Fue director del servicio de inteligencia de Venezuela durante dos años a principios de los 2000. Dimitió en el 2002, cuando no pudo prevenir el golpe de estado que casi derriba al presidente. Aguilera se concentró entonces en los negocios. Se dice que logró ganar más de 90 millones con una comisión presuntamente corrupta para reformar el metro de Caracas.
Aguilera abrió en junio de 2011 una cuenta en Credit Suisse que en pocos meses tenía activos por 7,8 millones de francos suizos (8,6 millones de dólares). Otra, vinculada a una entidad legal que él controlaba, abrió en junio de 2011 y alcanzó un valor máximo de cerca de 5 millones de francos suizos.
Aguilera no respondió a las preguntas de esta investigación.
● Khalaf Al-Dulaimi, director financiero del servicio secreto iraquí en tiempos de Saddam Hussein, era titular de una cuenta corporativa que llegó a tener 178 millones de francos suizos y de una cuenta a su nombre con 2,5 millones de francos suizos. Un abogado de Dulaimi, que ya falleció, calificó la información de «noticia antigua» y «no exacta».
● Una de las cuentas de Secret Suisse pertenecía a Ashraf Marwan, un espía egipcio cuyas lealtades eran tan oscuras como sus finanzas. Marwan se hizo famoso porque, mientras servía como asesor de inteligencia a su suegro, el presidente Gamel Abdal Nasser, filtró inteligencia a las fuerzas israelíes durante la guerra del Yom Kippur en 1973. Sin embargo su familia y otras personas que lo apoyaron sostienen que la información que facilitó a Israel era falsa. La cuenta de Marwan en Credit Suisse, que figura a nombre de una sociedad, fue abierta en el 2000. Para esa fecha, él ya había dejado el trabajo en inteligencia y se trasladó al Reino Unido, donde compró una participación en el Chelsea Football Club. Siete años después, falleció tras caer misteriosamente del balcón de su casa en Londres. Su mujer, Mona Nasser, dijo que su muerte era una venganza por traicionar la inteligencia israelí. Nasser no contestó las preguntas enviadas por OCCRP.
● El antiguo oficial del servicio secreto alemán Jürgen Czilinsky mantuvo una cuenta con 218 millones de francos suizos (206 millones de dólares) hasta enero de 2010. Czilinsky abandonó Alemania tras la caída del comunismo, aterrizó en Congo-Brazzaville, donde supuestamente estableció un negocio de gestión de desechos. Czilinsky no respondió al cuestionario de OCCRP..
● En los datos también aparecen cuentas pertenecientes a individuos con lazos con el servicio secreto de Uzbekistán, al que numerosas organizaciones de derechos humanos han acusado de torturas, desapariciones forzosas y detenciones arbitrarias. En 2009, el exoficial de inteligencia Ikram Yakubov dijo en BBC Newsnight que había sido testigo directo de estos abusos y explicó que había sido forzado a fabricar pruebas contra personas que él sabía que eran inocentes.
● Otras cuentas estaban ligadas a espías de Irak, Jordania, Montenegro, Nigeria, Pakistán y Yemen. La más antigua se remonta a mediados de los años 1970.