“Finalmente en cuarentena, una se empieza a encontrar con una misma y muchas veces lo hace
desde la memoria.” (Karina Cáceres, abril 2020. Mensaje enviado por chat)
Mi madre, cómplice y guardiana del rescate de las memorias personales y familiares, una tarde de abril del 2020 encontró en su casa, botadas en una esquina, unas hojas dobladas dentro de un sobre rallado. Son las notas de un viaje en bicicleta que hice en el 2008 con dos amigos, cuando era estudiante de cine en Cuba. En estos días de cuarentena una de las dinámicas ha sido la de dedicarse a ordenar, limpiar, botar. Cada una ha encontrado tesoros.
Las hojas, mal grapadas unas con otras y con dobleces bien marcados, inician con la fecha del 19 de diciembre del 2008, La Habana. Lo primero escrito en ellas, con tinta negra, dice: “Había planeado este viaje desde hace mucho tiempo. Hace como 3 semanas me retiré (…) porque no tenía suficiente dinero y qué sé yo, un poco de miedo de no lograr hacer el viaje de 1000 kms cuando lo más que he hecho son 50 kms, y por pensar que podría ser un atraso. Y qué sé yo, mucho estrés los últimos días acá en la escuela y estuve baja de ánimos (…)”.
Ahora recuerdo que con el impulso generado por la tristeza de perderme ese viaje y por la ingenuidad de quien vive sin preguntarse qué va a pasar, me alisté velozmente y a última hora me uní a mis amigos cineastas y ciclistas: Buca y Jose. Fue así como me embarqué en una de las mejores y más atrevidas aventuras de viajera.
Llegamos el 31 de diciembre desde la Habana hasta Santiago de Cuba, completando una distancia que el odómetro de Buca marcó en 1200 y algo de kilómetros. La última entrada en mi diario incompleto es del martes 30 de diciembre del 2008, estábamos en Contramaestre, en casa de Mercedes. Una mujer mayor, con su piel bien arrugadita y delgada. Nos contó sus aventuras como excombatiente clandestina de la Revolución, cuando cargaba armamento y otras cosas que le pedían llevar bajo la montura de su caballo. Anoté algunos fragmentos de su relato que me quedaron grabados: “En ese entonces tenía 18 años y una barriga de 8 meses” . David y Mercedes nos recibieron en su casa cuando estábamos agotados y en medio de la noche, sin pedirnos nada a cambio. Compartimos algunas horas que fueron de una ternura que todavía siento y agradezco.
Escribí con lapicero azul: “Estoy cansada. Voy a mi cama con mis dos maridos, jeje. Siempre dormimos los tres en una cama que nos prestan según la casa que nos albergue. Ya no aguanto estar sentada en esa bicicleta. Hoy es nuestra última noche antes de llegar a Santiago de Cuba, el sitio donde celebraremos el último día del año y el primero del próximo. Los 50 años de la Revolución. FIN”
Ya no está escrito en el diario, pero recuerdo que la llegada a Santiago de Cuba fue triunfal. El viaje lo hicimos en 11 días, justo en el tiempo planeado y recorrido medio improvisado. Ganamos nuestra propia revolución en ese viaje. Aprendimos y vencimos tantas cosas, conocimos muchos personajes y gente increíble. Anduvimos por una Cuba que no habríamos podido vivir sin haberla pedaleado a cada segundo. Esta es la foto que tomamos al llegar a Santiago. Con esas cámaras que todavía tenían rollos. Ahí estamos los tres con nuestras bicicletas (más un colado y su bicicleta).
Fotografía cortesía de Davild Alves
No encontraba mucha inspiración para redactar este texto hoy. En mi escritorio estaba el sobre que mi madre me había traído hace unos días y no lo había ni abierto. Ahora agradezco el respeto de mi madre por traerme de vuelta esta experiencia que me enseña que recordar es un acto de vida presente y escribir es también ese delicioso espacio de construir la vida que uno ha soñado, recordado, sufrido. Lo que escribo es simple y muy personal. Y de alguna manera así han sido estos últimos 35 días desde que se dictó la cuarentena oficial. Desde ahí escribo hoy.
Vivo la cuarentena desde mis privilegios que serán mayores o menores que los de otras personas. Y he intentado tomarme este tiempo como un viaje más. Hay días que son como esas cuestas o caminos interminables bajo el sol cubano del medio día, sin agua y sin saber dónde comeremos. Ese viaje me dejó muchas, muchas horas rodeada de muy pocas cosas y el aprendizaje ha sido para la vida. Hoy retomo esas y otras herramientas que han dejado los años para comprenderme en mis estados cambiantes de cada día. Trato de mantenerme positiva y ocupada, descansar, comer bien. Y agradezco todas las condiciones que me permiten hacerlo.
Me revitalizó toparme con ese texto que escribí, y reconocerme en una persona que por varias razones estaba muy asustada por hacer algo que tenía muchos deseos de hacer y que no se creía capaz de lograr. Al releer en retrospectiva cómo se logró, me conecto con lo sencillo y personal del momento, me quedo con una gran tarea para cada cosa que voy haciendo en estas épocas de encierro. Pedalear, una pierna a la vez, aún sin saber cuánto vamos a durar, si lo vamos a lograr, por dónde vamos, dónde vamos a dormir.
Quiero como en ese viaje, volver a ocuparme y concentrarme en lo básico, en lo que está a mi alcance, en lo que la energía de mi cuerpo puede movilizar. Soy la persona que la vida me permite ser en este momento, y eso está bien. Sigo habitando mis incoherencias y mis esfuerzos por lo coherente, estoy amando, me siento amada, también dolida y enojada, frustrada. Este relato es personal, es político y es parte del diario de mi vida. Es un privilegio compartirlo.